En una aldea escondida entre montañas, vivía un anciano llamado Kael. Pasaba sus días en su pequeña cabaña junto al río, con la única compañía de su viejo gato negro.
Desde niño, Kael había soñado con ser escritor, pero nunca escribió nada. Su pueblo creía que era tímido o que carecía de talento, pero en realidad, temía romper el hechizo que mantenía a su aldea a salvo.
Un día, mientras caminaba por el bosque, encontró un extraño libro cubierto de runas brillantes. El libro comenzó a hablarle en susurros, prometiéndole poder si compartía sus historias con el mundo.
Kael sabía que escribir podría desatar consecuencias impredecibles. Sin embargo, las palabras comenzaron a fluir solo. Sus relatos contaban sobre criaturas mágicas y viajes interminables.
A medida que las historias se difundían, los aldeanos notaron cambios en su entorno. Las plantas crecieron más rápido, y los animales mostraron comportamientos inusuales.
Finalmente comprendió que cada vez que escribía, liberaba algo del libro. Aunque su aldea prosperó, también sintió que algo vital se escapaba de él con cada palabra.
Con el tiempo, Kael decidió cerrar el libro. Sabía que su pueblo necesitaba el equilibrio que ofrecía, pero también anhelaba recuperar su propia esencia.
Y así, el anciano dejó de escribir para siempre, pero sus historias permanecen vivas en los corazones de quienes las leyeron.
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